Hermana Teresa del Carmen Muñoz Muñoz

Hermana María Bernarda Ortega Zúñiga

Con 90 años vividos, la hermana Teresa del Carmen Muñoz Muñoz confiesa que ha sido feliz en lo que ha sido para ella, una vida rebosada de experiencias. Hija de agricultores provenientes del sector de Villarrica (ciudad ubicada al sur de la Región de la Araucanía), la hermana Teresa manifiesta en sus palabras, un corazón grande y dulce, lleno de profunda compasión hacia el prójimo.

Asimismo, una marcada devoción hacia Jesús que, de hecho, se manifestó desde muy temprana edad, cuando apenas contaba con 11 años. Devoción que debido a un adelantado llamado de Dios, escondió por temor a ser apartada del camino del Señor, pero que ocho años después y tras fervorosos estudios en el convento de las Hermanas de la Santa Cruz en la localidad de Cunco, se entregó a él.

La hermana Teresa comenta que nació y creció en una familia en donde los 11 hermanos que la componían, estudiaron en internados de colegios católicos, llevándola no sólo a ella a los caminos de Jesús.

De muy buena memoria, también recuerda fechas importantes. Como en 1955, cuando deja el nombre de Teresa por el de Mónica María. Así como en 1956, cuando toma el hábito que nunca más abandonaría. Igualmente rememora un sinnúmero de experiencias que la han llevado a conocer y a vivir lo más hermoso de la vida, pero también lo más terrenal de este mundo.

A través de los años, estuvo presente como docente de colegios e internados católicos en localidades que van desde la región de la Araucanía hasta Los Lagos, tales como Coñaripe, Cunco, San Pablo, San José de la Mariquina y Temuco; pero también como miembro del generalato de la Congregación en Suiza, representando a nuestro país y a Argentina.

La hermana Teresa confiesa que nunca tuvo hijos propios, pero que Dios le entregó muchos otros: sus alumnos. Pequeños que en mayor o menor medida, le marcaron para siempre la vida. Muchas veces con alegrías, pero también con esos dolores que inevitablemente entrega la vida a niños y niñas en su mayoría, vulnerables. Personas que a esta altura de la vida todavía la recuerdan y que al día de hoy, le agradecen por su trabajo, fuerza y amor.

Si bien admite que a sus 90 años se siente tranquila, también confiesa sobre algunos dolores físicos propios de la edad y de otros que la han perseguido desde hace muchas décadas ya. Todo esto en el marco de una existencia acentuada por el amor hacia los demás, hacía el prójimo…hacia Jesús. En un trabajo inquebrantable, silencioso casi invisible, pero que sin embargo, ha sabido tocar a muchas almas a través de toda una vida de servicio.

La familia es la base del camino que uno tomará en la vida”. Con esta frase la Hermana María Bernarda Ortega Zúñiga, prácticamente resume lo que ha sido una vida de religiosidad y de voluntariado destinado a quienes más lo necesitan y en la cual resalta la importancia de la familia en nuestra sociedad.

Nacida en la ciudad de Concepción, la hermana María Bernarda comenta que proviene de una familia que siempre estuvo cercana a Dios, aunque de un total de cuatro hermanos, ella fue la única que tomó la vía religiosa.

Siguiendo el destino que Dios le tenía preparado, la hermana sintió el llamado a la vida religiosa estando en Cunco, cuando su padre -empleado fiscal- la destinó a estudiar a ella y a sus hermanas, en el colegio que la Congregación mantenía en la localidad.

La hermana María Bernarda destaca en sus recuerdos, la hermosa formación integral que allí se entregaba y que en base a diversas experiencias vividas, se dio cuenta que el camino que ya había escogido era el correcto y del que no se despegaría jamás en su vida. Una vida dedicada especialmente, a apoyar a niños y jóvenes, a través de la Educación y las enseñanzas de Cristo. “Verlos crecer y surgir en la vida, ha sido algo realmente impagable para mí”, señala con emoción y profunda convicción.

Recorrido

Los años de vocación religiosa la han llevado a dejar huella en diversas localidades del sur, comenzando su trabajo en Río Bueno y en Lonquimay, lugar donde se desempeñó como directora por 15 años; en San Juan de la Costa, Villarrica, Vilcún y Panguipulli; para luego y desde 2020, trabajar desde la Casa Provincial en Temuco. Lugar que sin planificarlo, la ha cobijado durante estos últimos años. “El Señor escoge nuestros caminos y siempre debemos aceptarlos”, comenta.

Asimismo, la hermana María Bernarda dice sentirse agradecida de Dios, por haberla hecho experimentar a través de los años, la bendición de poder ayudar a los hermanos más necesitados, tanto en la parte espiritual como terrenal; “por lo que nunca me arrepentiré de la decisión que he tomado para con Dios”, culmina.

Hermana Ana Luisa Volpi Meroz

De espíritu inquieto e incansable. Así se podría describir la vida y obra de la hermana Ana Luisa Volpi Meroz, (Gloria nombre de bautismo). Tal vez sean los genes franceses, italianos y suizos que heredó de sus padres y abuelos, los que la hicieron ser así.

Una persona que desde su niñez, amó a su prójimo y a la naturaleza. Esa naturaleza que la acompañó desde pequeña en Temuco y que junto a uno de sus hermanos, la hacía correr por el campo y a jugar hasta que finalizaba el día, con terneros, caballos, gatos y perros.

Nacida en La Araucanía, la hermana Ana Luisa formó parte junto a sus cinco hermanos, de una segunda generación de colonos europeos nacidos en Chile. Confiesa -con una sonrisa- haber sido una hija muy regalona, “aunque no mal enseñada”. De “padres inmensamente buenos” con ella y sus hermanos.

Con el paso del tiempo y por razones evidentes, esa vida en el campo culminó cuando debió comenzar su enseñanza formal. Una que dio inicio en el Colegio Santa Cruz de Temuco, para luego continuar en el de San José de la Mariquina y finalmente en el de Loncoche.

Tras dos años del término de ésta, en 1957, dio comienzo a una formación religiosa que la llevó a Suiza, después a Inglaterra y luego de vuelta a nuestro país, específicamente al instituto Santa Cruz de Talca.

Lugar en donde su espíritu y cuerpo infatigables la llevaron a hacer clases, pero igualmente a trabajar en sus días “libres”, en barrios y poblaciones, así como en pequeñísimas localidades rurales, como lo fue el sector de Vilches, donde comprometió un largo y extensivo trabajo con decenas de mujeres rurales, preparándolas para la vida en materias tales como cocina, tejido y bordado, por nombrar algunas.

Trabajo sin intermitencias

Estando a cargo del instituto en Talca, la hermana Ana Luisa se dio cuenta de que se necesitaba un profundo cambio en la educación, un cambio que les permitiera avanzar como congregación. Un cambio que fundiera a los colegios en una educación de tipo mixta y que estuviese abierta a todas las clases sociales. Sentimiento que junto a un trabajo en equipo, felizmente dio frutos en la década del ’70, con la instauración de este nuevo tipo de educación para la congregación.

Pero el trabajo que por tanto tiempo no supo de pausas y del que sentía que jamás se cansaría, finalmente le cobró ciertas dolencias físicas que no pudo seguir ignorando. Por lo mismo es que debió de bajar una carga que desde joven nunca había sido interrumpida.

Aun así siguió trabajando, pero a un ritmo un poco más pausado, haciéndose cargo de la escuelita de Vilches, esa pequeña localidad que tanto adoraba. Allí fundó un comedor para aquellos niños que no podían viajar a sus hogares a almorzar y creó una clínica dental, entre muchas otras cosas que su espíritu inquieto, no le permitía dejar pasar ante las necesidades que veía.

Una vez jubilada, se dedicó con intensidad al adulto mayor de Vilches, convirtiéndose en un verdadero nexo entre autoridades y comunidad, alcanzando para sus adultos mayores, grandes logros en diversos ámbitos, hasta luego retirarse de forma definitiva del trabajo en terreno.

Retiro

Al día de hoy, la hermana Ana Luisa dice sentirse agradecida de la vida. Una vida que le ha dado muchas satisfacciones, así como un gran número de oportunidades en las que pudo apoyar y ayudar a gente que muchas veces “era pobre en lo material, pero generosamente rica en lo humano y espiritual”.

Por lo mismo hoy en día sus ex alumnas (la mayoría de ellas con más de siete décadas cumplidas) todavía la buscan y se contactan con ella…es más, ya hay un feliz encuentro agendado con ellas para este 2024 en la ciudad de Talca.

Pese a que la hermana Ana Luisa hoy vive retirada del trabajo, mantiene una inquebrantable fe en la vocación religiosa, donde señala que “Dios ha sido muy generoso conmigo”.

Al final de todo, la hermana Ana Luisa confiesa que “si tuviese la oportunidad de volver al inicio de mi vida, haría exactamente lo mismo que hice”. A la vez, confiesa que ha tenido una vida verdaderamente feliz…tan feliz como cuando de niña y junto a uno de sus hermanos, corría por los campos en las cercanías de Temuco, jugando con caballos, terneros, gatos y perros, hasta que el día se iba.

De espíritu inquieto e incansable. Así se podría describir la vida y obra de la hermana Ana Luisa Volpi Meroz, (Gloria nombre de bautismo). Tal vez sean los genes franceses, italianos y suizos que heredó de sus padres y abuelos, los que la hicieron ser así.

Una persona que desde su niñez, amó a su prójimo y a la naturaleza. Esa naturaleza que la acompañó desde pequeña en Temuco y que junto a uno de sus hermanos, la hacía correr por el campo y a jugar hasta que finalizaba el día, con terneros, caballos, gatos y perros.

Nacida en La Araucanía, la hermana Ana Luisa formó parte junto a sus cinco hermanos, de una segunda generación de colonos europeos nacidos en Chile. Confiesa -con una sonrisa- haber sido una hija muy regalona, “aunque no mal enseñada”. De “padres inmensamente buenos” con ella y sus hermanos.

Con el paso del tiempo y por razones evidentes, esa vida en el campo culminó cuando debió comenzar su enseñanza formal. Una que dio inicio en el Colegio Santa Cruz de Temuco, para luego continuar en el de San José de la Mariquina y finalmente en el de Loncoche.

Tras dos años del término de ésta, en 1957, dio comienzo a una formación religiosa que la llevó a Suiza, después a Inglaterra y luego de vuelta a nuestro país, específicamente al instituto Santa Cruz de Talca.

Lugar en donde su espíritu y cuerpo infatigables la llevaron a hacer clases, pero igualmente a trabajar en sus días “libres”, en barrios y poblaciones, así como en pequeñísimas localidades rurales, como lo fue el sector de Vilches, donde comprometió un largo y extensivo trabajo con decenas de mujeres rurales, preparándolas para la vida en materias tales como cocina, tejido y bordado, por nombrar algunas.

Trabajo sin intermitencias

Estando a cargo del instituto en Talca, la hermana Ana Luisa se dio cuenta de que se necesitaba un profundo cambio en la educación, un cambio que les permitiera avanzar como congregación. Un cambio que fundiera a los colegios en una educación de tipo mixta y que estuviese abierta a todas las clases sociales. Sentimiento que junto a un trabajo en equipo, felizmente dio frutos en la década del ’70, con la instauración de este nuevo tipo de educación para la congregación.

Pero el trabajo que por tanto tiempo no supo de pausas y del que sentía que jamás se cansaría, finalmente le cobró ciertas dolencias físicas que no pudo seguir ignorando. Por lo mismo es que debió de bajar una carga que desde joven nunca había sido interrumpida.

Aun así siguió trabajando, pero a un ritmo un poco más pausado, haciéndose cargo de la escuelita de Vilches, esa pequeña localidad que tanto adoraba. Allí fundó un comedor para aquellos niños que no podían viajar a sus hogares a almorzar y creó una clínica dental, entre muchas otras cosas que su espíritu inquieto, no le permitía dejar pasar ante las necesidades que veía.

Una vez jubilada, se dedicó con intensidad al adulto mayor de Vilches, convirtiéndose en un verdadero nexo entre autoridades y comunidad, alcanzando para sus adultos mayores, grandes logros en diversos ámbitos, hasta luego retirarse de forma definitiva del trabajo en terreno.

Retiro

Al día de hoy, la hermana Ana Luisa dice sentirse agradecida de la vida. Una vida que le ha dado muchas satisfacciones, así como un gran número de oportunidades en las que pudo apoyar y ayudar a gente que muchas veces “era pobre en lo material, pero generosamente rica en lo humano y espiritual”.

Por lo mismo hoy en día sus ex alumnas (la mayoría de ellas con más de siete décadas cumplidas) todavía la buscan y se contactan con ella…es más, ya hay un feliz encuentro agendado con ellas para este 2024 en la ciudad de Talca.

Pese a que la hermana Ana Luisa hoy vive retirada del trabajo, mantiene una inquebrantable fe en la vocación religiosa, donde señala que “Dios ha sido muy generoso conmigo”.

Al final de todo, la hermana Ana Luisa confiesa que “si tuviese la oportunidad de volver al inicio de mi vida, haría exactamente lo mismo que hice”. A la vez, confiesa que ha tenido una vida verdaderamente feliz…tan feliz como cuando de niña y junto a uno de sus hermanos, corría por los campos en las cercanías de Temuco, jugando con caballos, terneros, gatos y perros, hasta que el día se iba.

Hermana María Teresa Luenberger

Desde muy pequeña la hermana María Teresa expresó una profunda y ferviente fe religiosa. Fe que la canalizó siempre en una vocación de orden misionera.
Particularmente recuerda cuando de pequeña concurrió hasta la villa de 300 habitantes en la que vivía, un misionero llegado desde la lejana y desconocida Africa. Oportunidad en la que para mostrar su trabajo y la necesidad de reclutar fieles que fueran a evangelizar al continente, exhibió una serie de filminas en las que mostraba su trabajo.
Tanto le impresionó lo visto a la Hermana María Teresa, que desde ese momento supo que su destino de vida sería viajar a Africa a misionar…
Familia y destino
Nacida en Suiza, en un pequeño pueblito que se encontraba a un kilómetro de la frontera y en el que se hablaban cuatro dialectos, pero mayoritariamente el idioma alemán, la Hermana María Teresa comenta ser la mayor de un total de nueve hermanos. Su padre, proveniente de la Iglesia Reformada y su madre, de fe Católica, la convirtieron a ella en una persona creyente desde muy pequeña.
Es así que recuerda vívidamente cuando su madre en las frías noches -y antes de ir a dormir- les contaba a ella y sus ocho hermanos, cuentos de “niños y niñas santos”, como dice ella. Historias que no hacían sino entusiasmarla todavía más en lo que ya había decidido como destino de vida. A tanto llegaba su deseo de entregarse a la vida de misionera, que en su pensamientos de niña inocente, soñaba en convertirse en “una santita”…mientras tanto, jamás se olvidaba de continuar depositando monedas para lo que eran las misiones que la iglesia realizaba en la lejana y soñada África; esto, en una alcancía que cuidaba con mucho esmero.
A los 13 años ya la Hermana María Teresa había comenzado su camino religioso junto a la congregación de Las Ursulinas. Enseñanza que continuó en Menzingen a partir de los 16 años. Congregación que mantenía misiones en África -su sueño de siempre- pero que también lo hacía en otros remotos lugares del mundo, como lo era Chile.
“Grande fue el golpe a lo que siempre había soñado, cuando supe que mi destino misionero no iba ser África, sino Chile. En ese momento creí que todo mi mundo se derrumbaba, pero a la vez pensé que debía aceptar lo que Dios me había encomendado, tal vez eso era lo que él necesitaba de mí”, comenta,
Una vez llegada a nuestro país, su primer destino fue la ciudad de Victoria, donde estuvo ocho años en los que aprendió español y enseñó francés y estuvo a cargo de materias tales como Dibujo y Gimnasia. Luego se le encomendó trabajar en Río Bueno y tras ello, Santiago, donde sus conocimientos en el piano le permitieron enseñar el ramo de Música a sus alumnas.
La vocación la llevó luego a Talca, y posteriormente a la ciudad de Traiguén, donde enseñó por largos 19 años y donde -confiesa- haber vivido los momentos más felices de su vida religiosa, junto a niñas provenientes de alejados sectores rurales. “Allí por fin me sentí como en casa”, manifiesta con rostro sonriente.
Tras casi dos décadas de trabajo, se le encomendó el cargo de directora del Instituto de Catequesis en Temuco. Cargo en los cuales estuvo 22 años recorriendo toda la región, para luego al ir finalizando su carrera misionera en las localidades de Toltén y Teodoro Schimdt, entre otros destinos.
Lugares en donde llevó incontables labores religiosas de ayuda a la comunidad y que la hicieron inmensamente feliz y que al día de hoy y retirada de la labor misional, son retribuidas por las innumerables muestras de cariños y amor que le profesan sus ex alumnas, que actualmente, ya son abuelas y en algunos casos, bisabuelas.
Lejana África y lejano Chile
Si bien la Hermana María Teresa no pudo cumplir con ese sueño de niña de ir a misionar al lejano y desconocido continente africano, es sincera al decir que aquí en Chile, finalmente encontró su lugar.
Un lugar del que no está para nada arrepentida de haber ejercido su vocación misionera.“No mentiré. En un principio fue duro no cumplir ese sueño. Pero también es cierto que en Chile he sido feliz y además, éste fue el destino que El Señor quiso y dispuso para mí”.

De espíritu inquieto e incansable. Así se podría describir la vida y obra de la hermana Ana Luisa Volpi Meroz, (Gloria nombre de bautismo). Tal vez sean los genes franceses, italianos y suizos que heredó de sus padres y abuelos, los que la hicieron ser así.

Una persona que desde su niñez, amó a su prójimo y a la naturaleza. Esa naturaleza que la acompañó desde pequeña en Temuco y que junto a uno de sus hermanos, la hacía correr por el campo y a jugar hasta que finalizaba el día, con terneros, caballos, gatos y perros.

Nacida en La Araucanía, la hermana Ana Luisa formó parte junto a sus cinco hermanos, de una segunda generación de colonos europeos nacidos en Chile. Confiesa -con una sonrisa- haber sido una hija muy regalona, “aunque no mal enseñada”. De “padres inmensamente buenos” con ella y sus hermanos.

Con el paso del tiempo y por razones evidentes, esa vida en el campo culminó cuando debió comenzar su enseñanza formal. Una que dio inicio en el Colegio Santa Cruz de Temuco, para luego continuar en el de San José de la Mariquina y finalmente en el de Loncoche.

Tras dos años del término de ésta, en 1957, dio comienzo a una formación religiosa que la llevó a Suiza, después a Inglaterra y luego de vuelta a nuestro país, específicamente al instituto Santa Cruz de Talca.

Lugar en donde su espíritu y cuerpo infatigables la llevaron a hacer clases, pero igualmente a trabajar en sus días “libres”, en barrios y poblaciones, así como en pequeñísimas localidades rurales, como lo fue el sector de Vilches, donde comprometió un largo y extensivo trabajo con decenas de mujeres rurales, preparándolas para la vida en materias tales como cocina, tejido y bordado, por nombrar algunas.

Trabajo sin intermitencias

Estando a cargo del instituto en Talca, la hermana Ana Luisa se dio cuenta de que se necesitaba un profundo cambio en la educación, un cambio que les permitiera avanzar como congregación. Un cambio que fundiera a los colegios en una educación de tipo mixta y que estuviese abierta a todas las clases sociales. Sentimiento que junto a un trabajo en equipo, felizmente dio frutos en la década del ’70, con la instauración de este nuevo tipo de educación para la congregación.

Pero el trabajo que por tanto tiempo no supo de pausas y del que sentía que jamás se cansaría, finalmente le cobró ciertas dolencias físicas que no pudo seguir ignorando. Por lo mismo es que debió de bajar una carga que desde joven nunca había sido interrumpida.

Aun así siguió trabajando, pero a un ritmo un poco más pausado, haciéndose cargo de la escuelita de Vilches, esa pequeña localidad que tanto adoraba. Allí fundó un comedor para aquellos niños que no podían viajar a sus hogares a almorzar y creó una clínica dental, entre muchas otras cosas que su espíritu inquieto, no le permitía dejar pasar ante las necesidades que veía.

Una vez jubilada, se dedicó con intensidad al adulto mayor de Vilches, convirtiéndose en un verdadero nexo entre autoridades y comunidad, alcanzando para sus adultos mayores, grandes logros en diversos ámbitos, hasta luego retirarse de forma definitiva del trabajo en terreno.

Retiro

Al día de hoy, la hermana Ana Luisa dice sentirse agradecida de la vida. Una vida que le ha dado muchas satisfacciones, así como un gran número de oportunidades en las que pudo apoyar y ayudar a gente que muchas veces “era pobre en lo material, pero generosamente rica en lo humano y espiritual”.

Por lo mismo hoy en día sus ex alumnas (la mayoría de ellas con más de siete décadas cumplidas) todavía la buscan y se contactan con ella…es más, ya hay un feliz encuentro agendado con ellas para este 2024 en la ciudad de Talca.

Pese a que la hermana Ana Luisa hoy vive retirada del trabajo, mantiene una inquebrantable fe en la vocación religiosa, donde señala que “Dios ha sido muy generoso conmigo”.

Al final de todo, la hermana Ana Luisa confiesa que “si tuviese la oportunidad de volver al inicio de mi vida, haría exactamente lo mismo que hice”. A la vez, confiesa que ha tenido una vida verdaderamente feliz…tan feliz como cuando de niña y junto a uno de sus hermanos, corría por los campos en las cercanías de Temuco, jugando con caballos, terneros, gatos y perros, hasta que el día se iba.

Hermana Leontina

Si bien el carné de la Hermana Leontina marca como lugar de nacimiento la localidad de Cunco, ella se apura en aclarar que es originaria de Santa María de Llaima. “Un lugar precioso cerca de Cunco, donde abundan los bosques, ríos, el lago, caídas de agua y los volcanes”. Lugares en los que dice atesorar algunos de sus más bellos recuerdos de infancia.

En su niñez, con cuatro hermanos a cuestas y 22 tíos sumados entre su madre y su padre, la Hermana Leontina recuerda haber vivido una infancia y juventud muy entretenida, especialmente en las periódicas reuniones familiares que se llevaban a efecto en su casa en esa época.

Época en la que recuerda haber dado sus primeros acercamientos a la vocación religiosa en las Hermanas de la Santa Cruz de Cunco. Lugar en donde también se educaron sus tías y primas. Tiempo estudiantil en el que nunca dejó de admirar el trabajo que las religiosas realizaban allí con las niñas y jovencitas de la institución. “Ellas siempre fueron muy cariñosas con nosotras y con todas, especialmente con aquellas que eran más humildes…algo que me impactó sin darme cuenta, desde un principio”.

“Ellas siempre fueron muy buenas con todas, vinieran del pueblo o del campo, sin diferencias en lo social. Eso es algo que yo siempre les admiré. También nos cuidaban cuando estábamos enfermas, se preocupaban de nosotras…eran como unas verdaderas mamás”, recuerda con cariño.

“En una oportunidad nos pidieron a mí y al resto de mis compañeras, realizar una composición en la que describiéramos qué queríamos ser cuando grandes. Ahí me di cuenta de que esa…esa era la vocación de mi vida…voy a ser monjita, me dije”.

Docente y religión

La Hermana Leontina profesó en el año 1951 y al siguiente se fue a trabajar a Temuco, en lo que siempre quiso hacer y en lo que hizo hasta que se retiró: ser docente. Primero en la Escuela María Bernarda de población Dreves y luego en el Colegio Santa Cruz que se ubicaba en el sector centro de la ciudad.

Tras ello fue trasladada a Santiago, luego a Loncoche, a Talca, nuevamente a Temuco y otra vez a Talca; ocasión en donde vivió una verdadera apertura del colegio (de señoritas), cuando éste se unió al Colegio (de varones) de los Religiosos Holandeses. “Nos volvimos una comunidad educativa sin diferencias y en donde estaban presentes sin restricción, todas las clases sociales. Fue una época hermosa de trabajo en donde nos unimos, sin distinciones”, recuerda con cariño.

En su labor dedicada al prójimo, al trabajo de docencia en aula, se le unió el de trabajo en terreno.Por eso es que a las tareas de enseñanza en los colegios, se le agregó la labor en poblaciones y en el campo, sobre todo para apoyar en labores de docencia rural, pero también de apoyo a mujeres adultas; labores que a lo largo de su vida, dieron buenos frutos.

Y es así que con el transcurso de los años, la vida en terreno fue concluyendo y al recordar el pasado, la Hermana Leontina siempre ha tenido presente que las dificultades en la vida aparecen en todo tiempo y lugar, pero que Dios siempre está allí adelante.

“Si volviera a tener la oportunidad de comenzar una segunda vida, haría exactamente lo mismo, ¿Por qué?. Bueno , porque he sido muy feliz como religiosa. Sé que es algo que -sin duda- volvería a hacer de la misma manera”, afirma la Hermana Leontina…aquella que hace 93 años no nació en Cunco (a pesar de lo que indique el carné), sino que en los hermosos paisajes de un onírico lugar llamado Santa María de Llaima.

De espíritu inquieto e incansable. Así se podría describir la vida y obra de la hermana Ana Luisa Volpi Meroz, (Gloria nombre de bautismo). Tal vez sean los genes franceses, italianos y suizos que heredó de sus padres y abuelos, los que la hicieron ser así.

Una persona que desde su niñez, amó a su prójimo y a la naturaleza. Esa naturaleza que la acompañó desde pequeña en Temuco y que junto a uno de sus hermanos, la hacía correr por el campo y a jugar hasta que finalizaba el día, con terneros, caballos, gatos y perros.

Nacida en La Araucanía, la hermana Ana Luisa formó parte junto a sus cinco hermanos, de una segunda generación de colonos europeos nacidos en Chile. Confiesa -con una sonrisa- haber sido una hija muy regalona, “aunque no mal enseñada”. De “padres inmensamente buenos” con ella y sus hermanos.

Con el paso del tiempo y por razones evidentes, esa vida en el campo culminó cuando debió comenzar su enseñanza formal. Una que dio inicio en el Colegio Santa Cruz de Temuco, para luego continuar en el de San José de la Mariquina y finalmente en el de Loncoche.

Tras dos años del término de ésta, en 1957, dio comienzo a una formación religiosa que la llevó a Suiza, después a Inglaterra y luego de vuelta a nuestro país, específicamente al instituto Santa Cruz de Talca.

Lugar en donde su espíritu y cuerpo infatigables la llevaron a hacer clases, pero igualmente a trabajar en sus días “libres”, en barrios y poblaciones, así como en pequeñísimas localidades rurales, como lo fue el sector de Vilches, donde comprometió un largo y extensivo trabajo con decenas de mujeres rurales, preparándolas para la vida en materias tales como cocina, tejido y bordado, por nombrar algunas.

Trabajo sin intermitencias

Estando a cargo del instituto en Talca, la hermana Ana Luisa se dio cuenta de que se necesitaba un profundo cambio en la educación, un cambio que les permitiera avanzar como congregación. Un cambio que fundiera a los colegios en una educación de tipo mixta y que estuviese abierta a todas las clases sociales. Sentimiento que junto a un trabajo en equipo, felizmente dio frutos en la década del ’70, con la instauración de este nuevo tipo de educación para la congregación.

Pero el trabajo que por tanto tiempo no supo de pausas y del que sentía que jamás se cansaría, finalmente le cobró ciertas dolencias físicas que no pudo seguir ignorando. Por lo mismo es que debió de bajar una carga que desde joven nunca había sido interrumpida.

Aun así siguió trabajando, pero a un ritmo un poco más pausado, haciéndose cargo de la escuelita de Vilches, esa pequeña localidad que tanto adoraba. Allí fundó un comedor para aquellos niños que no podían viajar a sus hogares a almorzar y creó una clínica dental, entre muchas otras cosas que su espíritu inquieto, no le permitía dejar pasar ante las necesidades que veía.

Una vez jubilada, se dedicó con intensidad al adulto mayor de Vilches, convirtiéndose en un verdadero nexo entre autoridades y comunidad, alcanzando para sus adultos mayores, grandes logros en diversos ámbitos, hasta luego retirarse de forma definitiva del trabajo en terreno.

Retiro

Al día de hoy, la hermana Ana Luisa dice sentirse agradecida de la vida. Una vida que le ha dado muchas satisfacciones, así como un gran número de oportunidades en las que pudo apoyar y ayudar a gente que muchas veces “era pobre en lo material, pero generosamente rica en lo humano y espiritual”.

Por lo mismo hoy en día sus ex alumnas (la mayoría de ellas con más de siete décadas cumplidas) todavía la buscan y se contactan con ella…es más, ya hay un feliz encuentro agendado con ellas para este 2024 en la ciudad de Talca.

Pese a que la hermana Ana Luisa hoy vive retirada del trabajo, mantiene una inquebrantable fe en la vocación religiosa, donde señala que “Dios ha sido muy generoso conmigo”.

Al final de todo, la hermana Ana Luisa confiesa que “si tuviese la oportunidad de volver al inicio de mi vida, haría exactamente lo mismo que hice”. A la vez, confiesa que ha tenido una vida verdaderamente feliz…tan feliz como cuando de niña y junto a uno de sus hermanos, corría por los campos en las cercanías de Temuco, jugando con caballos, terneros, gatos y perros, hasta que el día se iba.

Hermana Gerarda

La hermana Gerarda nació en la ciudad de Victoria –localidad ubicada a 60 kilómetros al norte de Temuco- un 07 de abril de 1933. Tiempo en el que gran parte de sus 91 años de edad recién cumplidos, los dedicó a su carrera como religiosa, trabajando en el camino de Dios.

Siendo la menor de nueve hermanos, la hermana Gerarda afirma creer fuertemente en el trabajo de educación cristiana que ha realizado la Congregación, no sólo en Chile, sino a lo largo y ancho de todo nuestro mundo.

Trabajo con niños y jóvenes que en lo personal, la han llevado a desarrollar labores educativas por decenas de años en lugares tales como Panguipulli y Temuco, por nombrar sólo algunos y del que dice sentirse contenta por haber apoyado a lo largo de su vida, a cientos de almas que necesitaron de una guía como la que entrega la Congregación. “Una educación cristiana, visiblemente bendecida por nuestro Señor Jesucristo y por nuestra santísima Madre, la Virgen María”, señala con profunda fe.

Asimismo, manifiesta sentirse inmensamente feliz por lo realizado a través de su vida, donde siempre se entregó completamente, sin escatimar sacrificios. Especialmente en los lugares en los que mayoritariamente llevó a cabo sus labores: las escuelitas de campo. Espacios en donde asegura que “lamentablemente, encontramos más presente la pobreza y el abandono, pero en donde también felizmente y con la gracia de nuestro Señor, se pueden producir los cambios sociales y de las familias”.

Hermana Paulina

Desde pequeña la Hermana Paulina fue más bien, un espíritu inquieto. Le gustaba de sobremanera realizar múltiples actividades fuera de casa, tales como el teatro, gimnasia y canto. Junto a sus padres, hermanas y hermanos, ella era prácticamente el “centro” de la familia con su carácter alegre, histriónico y bromista, especialmente cuando era hora de prender la vitrola.

En una oportunidad y dentro de un hogar que se caracterizaba por ser cristiano, sus papás y tíos le comentaban que tenía que portarse bien porque “había un Dios que lo veía todo” y ella en respuesta a esto, con cierta inocencia y picardía de niña le dijo a su hermana que, “si Dios lo ve todo, también ve las tripas”.

Por eso y por mucho más, en el Colegio Santa Cruz de Cunco -lugar donde cursó sus estudios- las religiosas veían con poca fe que la futura Hermana Paulina pudiese acceder a una vocación de vida hacia el Señor. Pero sí lo hacían y claramente, con las hermanas y primas de Leontina. Y tan cerca estuvieron de acertar aquella visión, hasta el mismo día en el que a ellas les correspondió viajar para dar inicio a sus votos…y se arrepintieron.

Para la Hermana Paulina no fue fácil tomar una decisión de vida en Congregación. Fue una decisión que demoró años e interminables vacilaciones. Pero todo dió inicio cuando estaba por abandonar el colegio al terminar su 6to Básico y la Hermana que estaba a cargo de la puerta del Colegio le preguntó si alguna vez había pensado en convertirse en religiosa. Pregunta a la que la Hermana Leontina respondió que “a mí me gustaría ser profesora”. Acto seguido, la Hermana a cargo de la puerta le dijo “pero no hay ningún problema, puedes seguir con tu formación religiosa y a la vez enseñar”.

Cavilaciones y decisión

Desde pequeña, a la Hermana jamás se le ocurrió vivir una vida lejos de la casa de sus padres. Por lo mismo cuando entró a hacer sus votos, muchos pensaron que se iba a arrepentir…¡Incluída ella!. Por ello es que se autoimpuso el plazo de un año. 365 días en los que -como ella pensaba- serían suficientes para saber si continuar con lo que pensaba, podría ser su vocación. En una oportunidad estuvo a punto de quedarse en casa, cuando en un corto periodo de 15 días de vacaciones, pudo volver a ver a sus padres. Quince días de que la hicieron dudar y que la dejaron con un recuerdo que hasta el día de hoy la hace estremecer…un largo abrazo con su madre.
Aun así se dio cuenta que debía darse un plazo más de prueba. Pasaron tres años y las dudas continuaban…”qué paciencia tiene Dios conmigo”, pensaba. Pasados seis años, había llegado el momento en que debía de tomar sus votos perpetuos; fue ahí y luego de muchos, muchos años de temores y dudas, se dio cuenta de que quedarse era la decisión correcta, sintiendo con ello un gozo interior.

Vida de enseñanza y peregrinaje

La Hermana Paulina recuerda a Vilcún con mucho cariño, ya que fue el primer lugar en donde comenzó a trabajar. “Cariño que Vilcún siempre me retribuyó, comenta.
Tras ello siguió un largo peregrinaje de enseñanza que la llevó a ciudades como Victoria, Temuco, Traiguén, Santiago, Coñaripe, San Juan de la Costa, Villarrica y Lonquimay.

Lugares en que siempre llevó a cabo un trabajo muy hermoso junto a alumnos -preferentemente- de Primero a Cuarto Básico y donde en cada sala, contaba con alrededor de 55 a 60 alumnos. “Tiempos preciosos”, recuerda con alegría.

Otro de los recuerdos que más la han marcado la vida, fue el intenso y sincero cariño que siempre recibió de parte de las mamás de sus alumnos. Cariños que hasta el día de hoy se siguen demostrando y que a través de su larga vida de religiosa y maestra, siempre le hicieron acordar a ese tierno abrazo que de pequeña y cuando aún dudaba de su vocación, le dio su querida y hermosa madre.

Hermana Olga

Si hay algo que denota el carácter de la Hermana Olga, es su buen humor y su -siempre- espíritu positivo para con la vida. De padre francés y madre chilena, Francisca Olga Josefina Gouet Díaz, nació en la ciudad de Los Ángeles, en una época marcada por el espacio de las Entreguerras (1918-1945).

Periodo en el que su padre llegó a Chile desde Francia, luego de haber peleado en la primera Guerra Mundial, para luego volver a luchar por su país a inicios del segundo conflicto global. Conflicto del que, lamentablemente, no logró regresar.

Siendo hija única, la Hermana Olga confiesa que siempre fue muy regalona y recuerda que su padre (de quien heredó ese buen humor) siempre la sacaba a pasear sobre sus hombros (a “caballito) y llegada a casa de esos paseos, la columpiaba en sus piernas. Tristemente, se quedó sin él a la edad de los 5 años y de su madre, cuando apenas alcanzaba los 10.

Cómo último deseo, su mamá la dejó a cargo de un tío, a quien le solicitó que la educara en un buen colegio…y así fue. Ya estando en Temuco, estudió en el Colegio de Monjas Domínicas, a quienes siempre admiró por su dedicación a Dios, por su espíritu positivo y juguetón y a quienes veía como unas “madrecitas”. Desde ahí supo que dedicarse para siempre al servicio del Señor, sería su camino en la vida…

Vocación y trabajo

A la Hermana Olga siempre le gustó leer y poseía una incontenible sed de conocimiento. Le encantaba saber acerca de las diversas culturas del mundo y esto le interesaba de sobremanera. Quería ir a África y a la India. Es ahí que junto a su vocación religiosa, decidió ingresar a la Congregación Santa Cruz.

Y si bien no pudo concretar el sueño de viajar a África o a la India, sí pudo hacer lo que realmente siempre deseó: trabajar con niños y niñas vulnerables, su gran vocación. “Ahí pude darme cuenta que niños necesitados no sólo estaban presentes en lugares tan lejanos como en los continentes con los que yo soñaba, sino que también en nuestro país. Niños y padres a quienes yo también podía ayudar. Ese fue un periodo de trabajo precioso para mí”.

En su largo trabajo con familias de escasos recursos, la Hermana Olga desempeñó labores en lugares tales como Santiago y Loncoche, donde estuvo por largos nueve años. También le tocó realizar labores en Argentina, específicamente en la ciudad de Buenos Aires, donde dejó una gran huella y era conocida feliz y cariñosamente como “la chilenita”. Otro de los lugares en donde dejó grandes enseñanzas y cariños, fue en Río Bueno, que fue su último paso antes de pasar al retiro definitivo en la ciudad de Temuco.

Retiro en el que le ha dado tiempo para pensar en todo lo que hizo en su vida y en el que todavía quiere seguir aportando con pequeños trabajos voluntarios autoimpuestos. Pero también en donde ha podido entregarle tiempo a uno de sus hobbies más arraigados: los crucigramas.”Siempre que puedo y alguien va al centro de la ciudad, se los encargo a alguien”, dice riendo con su característico buen humor.

Tras años de voluntarioso trabajo, la Hermana Olga está feliz y agradecida de lo que vivió y de que “Jesús siempre me haya acompañado, en cada momento. Siempre di lo mejor de mí y soy tan feliz cuando alguna de mis ex alumnas me visita o me hacen saber que alguien se acuerda de mí”.

Provincia Latinoamericana

Argentina
Chile